Cada 5 de marzo se celebra el Día Mundial de la Eficiencia Energética, una fecha que sirve para poner de manifiesto cuál es el estado actual de la cuestión energética mundial, al tiempo que nos permite reflexionar sobre el uso que se hace del energía y nos insta a actuar en consecuencia.

En un mundo altamente interrelacionado y donde la globalización permite que las decisiones incidan sobre la totalidad del planeta, es necesaria la adopción de estrategias de actuación conjunta que definan futuros escenarios energéticamente más racionales. Bajo este prisma, en 2015, más de 150 jefes de Estado y de Gobierno se reunieron para aprobar la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Esta Agenda contiene 17 objetivos de aplicación universal que, desde el 1 de enero de 2016, rigen los esfuerzos de los países por conseguir un mundo sostenible en 2030.

La energía es el factor que contribuye principalmente al cambio climático y representa alrededor del 60% de todas las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Así, como parte de las estrategias definidas para la consecución de estos objetivos, la eficiencia energética se sitúa como uno de los elementos clave que pueden asegurar un crecimiento económico mundial, a la vez que puede favorecer la lucha contra el cambio climático y, a su vez, promover la protección del medio ambiente.

A menudo se habla del papel que el desarrollo de las energías renovables deben jugar en el futuro, pero erróneamente se ha prestado menos atención en cómo analizar los procesos consumidores de energía y cómo incidir en éstos para que la demanda energética sea menor.

La producción de energía, y más concretamente el modelo estratégico seguido para afrontar una progresiva descarbonización en la generación eléctrica, definirán el escenario que permitirá luchar en mayor o menor intensidad contra el cambio climático y las repercusiones que éste puede tener en nivel mundial.

Pero mientras no lleguemos a un modelo energético desligado mayoritariamente de la utilización masiva de combustibles fósiles, el presente pasa por analizar y optimizar los rendimientos en los consumos de energía en todos los sectores de la sociedad. Esto radica en buena medida, en la transformación de los recursos fósiles utilizados en los sistemas de transporte actuales y caminar hacia su electrificación.

También en los sectores industriales y los ámbitos domésticos ligados a la edificación sostenible deben ser capaces de hacer una reconversión a gran escala de los usos de la energía en sus instalaciones y espacios, optimizando el rendimiento de los procesos demandantes de energía eléctrica y térmica y reconvirtiendo de forma progresiva pero continua, la utilización de energía eléctrica proveniente de fuentes renovables.

Tomando como base el concepto de que la energía más limpia es aquella que no se consume, todas aquellas estrategias y actuaciones que deriven en un menor consumo de energía sin interferir en el rendimiento de los procesos y en la calidad de vida de las sociedades actuales , se convierten en elementos básicos para la consecución de un modelo de desarrollo sostenible más universal, donde el acceso a la energía sea un derecho alcanzado por todas las sociedades sin poner en riesgo la sostenibilidad futura del planeta.